El autor comparte un fragmento de su novela publicada en 2023, obra que fue declarada de interés deliberativo y municipal por el Honorable Concejo Deliberante de Morón.
Por Javier Soverna (*)
Se sirvió un vaso de whisky.
Luego otro. Entonces, sentado frente al televisor, que emitía viejas escenas de El clan de Patsy, entró en un dulce sopor ambiguo entre el sueño y la vigilia. Y así, calmo, vio algo o a alguien en su comedor… ¿Era un espectro?
—No te asustes, hijo —dijo.
—No estoy asustado ¿Quién es usted? —preguntó Pilet en su borrachera— ¿Un ladrón?
—Soy Levrey, no te asustes; ¿me conoces, verdad?
—¡Sí! —exclamó asombrado el joven— ¡Usted está muerto! ¿Qué quiere?
—No te asustes. En todo este tiempo en el que el calor de la vida me hubo abandonado, mi alma se entretiene siguiendo los avatares del barrio. De tal forma he notado dos cosas: una: te interesa la Historia… Y dos: eres la persona que más sabe sobre los mismos, a pesar de tu corta edad. A los nueve años ya podías ojear mis Memorias en la biblioteca de tu padre, como así también los Orígenes del pueblo Mariano Haedo de Javier García Basalo y Mi pueblo: Mariano José Haedo de Amadeo Perrotta de Simone. Luego de esas lecturas infantiles no cesó tu curiosidad y capacidad investigativa. ¡Tu archivo actual sobre la materia es mucho más importante que los de las
bibliotecas de Morón y Haedo juntas…!
—Sí, ¿y?
—¿Cómo? ¡Que te he elegido como mi sucesor! Sé que entre tus planes futuros está el de escribir una Historia de Haedo…
—No, de ninguna manera. Se equivoca.
—La escribirás. Y encima cuentas con una ventaja, con la que yo no conté en mis años juveniles…
—¿Ventaja, yo?
—¡Sí! —remató eufórico Levrey- ¡Tendrás a tu alcance la mejor de las fuentes posibles! ¡Los mejores testimonios!
—Ya hube leído, observado, buscado, archivado mucho sobre el tema. No estoy ahora precisamente interesado. Estoy escribiendo ficción. Estoy con Alejandro.
—Dejarás ese “universalismo” por un rato. Ven, sígueme.
—¿A dónde quiere que lo siga?
—Ya verás…
Dicho esto ambos salieron de la casa. La noche imponía su oscuridad. Una oscuridad fresca y calma. Caminaron dos cuadras sin cruzarse con ningún mortal. Dos perros famélicos los siguieron a la distancia. En la esquina con Directorio un milagroso carruaje de cuatro ruedas (servicio de breack) los esperaba. Pilet, ahora sí, no salía del asombro. Viajaron en él por un Haedo desolado, dejando atrás a las diversas galeras y diligencias que esperaban porsus pasajeros.
—Bien, aquí —dijo Levrey frenando la marcha; pagando al auriga, quien pronto desapareció en la negrura proyectada por los edificios.
—Estamos en Estrada y Juan B. Justo, en el túnel de autos ¿Qué tiene de extraordinario este lugar?
—¿Cómo qué tiene de extraordinario? —Levrey simuló enfadarse. Aquí, y lo debes saber, se instaló la primera e histórica estación de trenes.
—Sí…
—Y ahora esperamos a alguien muy especial…
—Aquí y a esta hora yo solamente espero a delincuentes, gente peligrosa.
—¡Allí viene! —gritó extasiado el historiador.
El maquinista Don José San Sebastián, empotrado en la locomotora número 8, La Catanga, hendió como un rayo la tierra. En el lugar en el que segundos antes se edificaba el túnel de autos, ahora lo hacía una estación de trenes, con dos andenes. Uno de ellos, el que miraba al sur, formaba una galería con sus dos techos a dos aguas (y a Ladislao le pareció divisar, a lo lejos, entre la bruma que surgía de golpe y la noche, una figura oscura portando un farol.
Pensó que podía tratarse del guarda. Él no recordaba, en sus veintinueve años que llevaba de vida, la presencia del guarda con farol e impermeable en el andén de la estación). En el del lado norte se alojaban las boleterías. Un techo de chapas de zinc las cobijaba. Levrey se sintió absolutamente feliz y realizado porque la descripción que había hecho en sus Memorias de la antigua estación coincidía plenamente con el paisaje que sus ojos veían.
—Perdón —inquirió preocupado el joven— ¿Qué ridícula puesta en escena es esta?
—Vamos, vamos —el maquinista parecía tener gran prisa, mientras avivaba a la locomotora con carbón de piedra— ¿Van a subir o no?
—Sí, sí —se apuró en reafirmar sus intenciones Levrey— Aguarde, aguarde.
—Vamos que me voy.
Levrey dio un fuerte empujón a Pilet en la espalda y lo metió de prepo en la máquina.
—¿Hijo, has viajado alguna vez en una como ésta?
El joven por supuesto no respondió.
Al rato, hecho una furia, abrió la boca:
—¿Qué hacemos acá? ¿A dónde vamos? Yo quiero estar en mi casa. Además, le prometí a mis padres que la iba a cuidar…
—Hijo, no rezongues. Será la experiencia más importante de tu vida. Te lo aseguro.
Con tanta rapidez avanzaban que Pilet no pudo apreciar si lo hacían por tierra o por aire.
—Hemos llegado —bramó San Sebastián, satisfecho por haber cumplido una vez más con su papel— Ajústense los cinturones, agárrense fuerte que vamos a estacionar.
—Pero, por Dios, ¿qué hediondo lugar es éste? —frunció Pilet la nariz y se llevó una mano a ella.
—Ahora te lo diré —el historiador no cabía en sí, henchido de felicidad—. Estamos en el Infierno. En el sector del Infierno que le corresponde a los haedenses cuando mueren.
Javier Soverna nació en Ramos Mejía en 1979, en el seno de una familia que vivía en Haedo. Estudió durante tres años la carrera de Letras en la UBA. Se recibió de Bibliotecólogo en el IFTS N°13 de Caballito. Tiene una librería en Haedo llamada Tesalia. Publicó varios libros, entre los cuales se destaca la novela “Políptico de Haedo” (2023, Autores de Argentina), un canto a la burguesía, a la clase media, y “El Libro de los Siglos y los Instantes” (2022), de poemas. El “Políptico de Haedo” fue declarado de interés deliberativo y municipal por el Honorable Concejo Deliberante de Morón. En 2019 participó en el “Espacio literario” de Expoartistas (Centro Cultural Borges).